lunes, 5 de febrero de 2007

La selva de alfalto...

Mentes asexuales, las que se refugian en el corazón madrileño. Mentes deshechas, qué terriblemente es estar vivo abriendo las puertas de almas en pena. Ya de regreso a casa, a mi pequeña pero adorada casa, me di cuenta de lo afortunado que soy. O pretendo serlo. Las fervientes locuras son contraproducentes pero esenciales para una intensa vida, la que todos queremos llevar pero no todos pueden.

En ese devenir futurista, aquel simpático desdichado comía como si se dejara su vida en ello, su esfuerzo y su ilusión, despedazando el pan grotescamente entre sus manos. Me siento atrapado en un teatro sin escenario, con artistas noveles y actores tan realistas que parecen ser auténticos. Es la banal e insalubre vida. Pero preocupada por ello no estaría esa señora que se sentó frente a mí. Llevaba un ordenador portátil.

Desconocía la marca pero eso no fue lo que me llamó la atención. Quizá tuvo un mal día, se le notaba en sus desesperadas manos. Intentaba ocultar ese onírico momento. Pensaría que era un sueño todo lo que le acababa de ocurrir. Seguía intentando ocultar su pesadumbre, su mirada se escondía entre guiños nerviosos. Seguro que era una sumisa, y que quería quitarse de encima todos sus problemas rápidamente.

No querría que su marido, al que adoraba pero que odia en la intimidad, la sintiera distante. Simplemente, trataba de encontrar la fuerza necesaria para complacer al hombre que le espera en casa. Sin látigo pero con el terrible poder del chantaje emocional. Quien no lo domina, está perdido. Quien lo sufre, no está vivo.